El otro día, nuestro admirado Pol Turrents publicó unas reflexiones sobre la “inundación” de nuevas cámaras que estamos recibiendo en el mundo audiovisual en los últimos años, y eso me ha llevado a su vez a apuntar aquí algunas ideas sobre el sector.
Hace ya años, coincidiendo con una caída en la venta de cámaras DSLR en Japón, el fotógrafo americano Kirk Tuck publicó un blog analizando el mercado de la fotografía digital. En él, y también en una entrevista posterior en el podcast de FxGuide, lanzó una idea interesante: las cámaras DSLR digitales son (o fueron, hasta hace unos años) el equivalente del siglo XXI de los equipos Hi-Fi en los 70, o los ordenadores en los 80, o los PalmPilot y teléfonos móviles en los 90… esto es, hobbys tecnológicos para un público (sobre todo) masculino, con ingresos de sobra e interés por la tecnología. Dicho público es el que produjo el «boom» de la industria durante la primera década de este siglo, igual que produjo antes el «boom» en la industria del PC o la de los PDAs.
Pasemos ahora al momento actual. No deja de ser extraño que cámaras de cine de 25.000 euros como las RED o las Arri Alexa tengan seguimiento en foros de Internet, comentarios, discusiones enfurecidas entre fans… Siempre he pensado que, desde el punto de vista del marketing, una cámara RED se parece más a un tractor que a un bien de consumo: es un bien industrial de alto precio, con prestaciones especializadas, que se compra para ser amortizado en varios años y con la idea de usarlo para sacar un rendimiento económico. ¿No resulta extraño que un producto industrial como éste tenga foros de fans discutiendo sobre sus virtudes y defectos, como si fuera un grupo musical? ¿Existen foros de agricultores donde los fans de John Deere y los de Fendt se tiren los trastos a la cabeza?
No estoy diciendo que los frikis de la tecnología de los que hablaba al principio hayan cambiado de profesión y se hayan hecho todos «filmmakers», pero sí da la impresión de que en el mundo audiovisual hemos importado dicha mentalidad. La transición digital, la carrera tecnológica, la entrada de las DSLRs en el mercado del vídeo… han hecho que el mercado profesional tenga actualmente muchas de las mismas dinámicas que el mercado de consumo. Se lanzan cámaras nuevas como si fueran iPhones nuevos… y sus compradores pensamos en ellas (hablamos, debatimos, tomamos decisiones de compra…) como si estuviéramos pensando en iPhones nuevos.
A esto contribuye también la difuminación de las fronteras entre lo que es «profesional» y lo que es amateur. Sin entrar siquiera en el mundo de las DSLRs básicas (muchas de las cuales tienen una calidad de imagen más que aceptable), pongamos un ejemplo de una marca «profesional»: la Blackmagic Pocket Cinema Camera cuesta sobre los 1400 euros, poco más que algunos teléfonos móviles, pero no tiene autofocus, ni IBIS, ni otras funciones que le facilitarían la vida al usuario aficionado. Entonces, ¿es una cámara profesional o no?
La conclusión, si hay alguna, supongo que es: olvidarse del “hype”, del consumismo, de las campañas de marketing y de los fanboys, y tratar la compra de una cámara como si fuéramos un agricultor decidiendo la compra de un tractor, o el gerente de una fábrica eligiendo la maquina herramienta a instalar. ¿Sirve la cámara para los trabajos que quiero hacer? ¿Puedo generar ingresos para amortizarla? Y sobre todo, ¿es necesario comprar una cámara nueva? Discutir sobre megapixels, 4K o 8K y demás puede ser divertido y producirnos una inyección de dopamina en el cerebro, igual que leer sobre coches superdeportivos, pero eso no significa que vayamos a abandonar nuestro Kia para comprar un McLaren.
Y por supuesto, recordar la verdad eterna: la cámara no lo es todo. “Frances Ha” es una de las mejores películas independientes de los últimos 10 años, y fue rodada con una… Canon EOS 5D MK3. Por supuesto, cuando tienes actores como Greta Gerwig y un guión escrito por Noah Baumbach (nominado al Oscar), no hace falta mucho más.